
FEEDBACK SIN BACK…
Hace unos días estaba comiendo con un amigo en uno de los establecimientos más afamados de la isla, no mencionaré el nombre para no influir en futuros juicios o ideas que en mi opinión no se pueden juzgar con una sola visita.
Entre que nos sentamos y llegó el camarero ya habían pasado 20 minutos, otros 10 para darnos el menú y otros 10 para pedir algo. Para abreviar, llegamos a las 2 de la tarde y el primer plato se sirvió más de una hora después. La compañía era más que agradable y por eso no me importó el tiempo (perdido) hasta que llegó la hora del café. Como llevábamos casi dos horas sentados y no tengo por costumbre llamar la atención de los camareros con gestos, manos levantadas y voces altas, cuando el camarero pasó por delante de la mesa pedí educadamente dos cafés. La reacción me dejó perpleja, sin ni siquiera darse la vuelta y de espaldas a nosotros dijo en voz alta: «¡eh un minuto!», hay momentos y momentos, y ese para nosotros había sido una larga y prolongada espera, pero no fue ese instante sumado a tantos otros lo que me molestó, sino el tono en con el que el camarero se dirigió a nosotros.
Llegaron entonces los cafés (amargos) junto con la cuenta (salada) y el deseo de volver a casa y escribir mi venganza liberadora: una opinión negativa en Tripadvisor.
Por mi parte, había invertido tiempo y dinero en una experiencia gastronómica que se suponía monumental, en lugar de eso se había convertido en espera y descortesía, sobre todo pensando en lo difícil que había sido reservar en el día y la hora que ellos querían, ya que la semana estaba prácticamente toda llena.
Sin embargo, mi amigo, experto conocedor de los locales de Palma, me dijo que habíamos tenido «mala suerte» y que nos habíamos sentado en el sitio equivocado, que él era un habitual del lugar y que la experiencia no reflejaba la realidad del sitio ni del personal. De hecho, tanto la comida como la bebida habían sido de un alto nivel y quizá la visita había sido ‘desafortunada’, pero aun así alimentaba en mí el impulso de escribir una crítica negativa para castigar lo que consideraba una injusticia.
Mientras conducía el coche de vuelta a casa recordé el maravilloso viaje que habíamos hecho a Italia y los maravillosos lugares que habíamos visitado, ninguno de los cuales había reseñado con comentarios positivos. Habíamos tenido una experiencia magnífica y no habíamos sentido la necesidad de homenajear nuestro trato de ninguna manera, pero ahora que había ocurrido lo contrario ya tenía las manos en el teclado listas para redactar mi juicio. Es cierto lo que dicen: una experiencia positiva se la cuentas a una persona y una negativa a diez.
Cuando unas horas más tarde me senté frente al PC para trabajar, sopesé mis pensamientos, me metí las palabras en el bolsillo, cerré metafóricamente la boca, y me puse a rebuscar en mi mente el nombre de aquel magnífico castillo de Italia (Semivicoli) para dar rienda suelta a una hermosa crítica de 5 puntos.
Por desgracia, en un mundo que va a la velocidad de la luz, con cada vez menos tiempo para nosotros mismos, una mala experiencia (y además cara) no se presenta como una estafa sino como un robo de ese tiempo que nos empeñamos en perseguir y no se contemplan las segundas oportunidades por miedo a encontrarnos en la misma situación.
Una cosa importante que he aprendido de esta anécdota es que cuando nos ocurren malas experiencias, nos sentimos aún más inclinados a apreciar las buenas, esos lugares con alma que nos hicieron sentir bien, mimados y transportados… y que siempre hay que dar una segunda oportunidad, aunque solo sea para confirmar que hay lugares mejores y tal vez sorprendernos y comprender (como dice mi amigo) que solo tuvimos «mala suerte».