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BON SOL

Sol para el cuerpo, quién sabe, tal vez eso pensó don Antonio Xamena cuando miró al mar desde lo alto del pequeño promontorio de Illetas. En los años 50, toda esa parte de la costa estaba sin urbanizar, aquella casa en la colina era la única construcción visible, el resto era naturaleza virgen. La apuesta de un visionario, lo que otros no podían ver, él ya lo había dibujado en su mente: un hotel o mejor dicho un Hostal que por aquel entonces sólo contaba con 14 habitaciones. Esta intuición fue extraordinaria, en cierto modo un salto en el vacío, sobre todo si se contextualiza en la posguerra, cuando España, a pesar de no haber entrado en la guerra mundial, se encontraba en una profunda crisis económica agravada por la autarquía, aislada internacionalmente, con una Europa, en cambio, en pleno auge económico con el tirón del Plan Marshall y las reconstrucciones. En 1953 estábamos aún lejos del ‘milagro económico español’ que se desarrollaría en los años 60 gracias a la aprobación de las reformas económicas y a una llamativa colaboración con Estados Unidos. El aeropuerto de Palma se inauguró oficialmente en 1960 y antes de esa fecha sólo existían algunas compañías aéreas muy pequeñas en Baleares, el turismo estaba aún por desarrollar y las conexiones eran casi inexistentes, los tiempos de viaje eran muy largos y se desarrollaban mayoritariamente por mar.

Hay que mirar aquella elección con los ojos de la época y no con los de ahora, donde grandes fondos y cadenas internacionales abren cada año hoteles de lujo en la isla, Mallorca sigue «horneando» lugares maravillosos, sobre todo en el segmento del lujo, la ciudad ha pasado a formar parte de los diez mejores lugares para vivir en el mundo e incluso grandes empresarios como Amancio Ortega (Zara) han comprado preciosos hoteles boutique en el centro histórico, pero todo esto en los años 50 no era previsible, ni siquiera pensable. La economía era nula, el turismo era prácticamente inexistente, sin desarrollar y sin el apoyo de un sistema de transporte adecuado, y, sin embargo, Don Antonio Xamena había visto una oportunidad donde otros solo veían rocas, había puesto el primer ladrillo en la cima de aquella colina. Una apuesta arriesgada en un periodo histórico complejo, pero el atractivo del mar y del sol habían sido más fuertes que cualquier advertencia, aquella vista sobre la bahía de Palma y la maravaillosa cala a sus pies, le habían hechizado. Así es como nos gustaría imaginar al fundador del hotel Bonsol, de pie mirando al mar, besado por el sol y acariciado por el viento con su amada esposa, Roger Toro, a su lado, construyendo laboriosamente el futuro de un hotel que ha marcado la pauta de una idea diferente de la hospitalidad familiar: el de un hogar lejos del hogar.

Esta es la historia de un hotel familiar, de un hombre que hizo realidad un sueño guiado únicamente por su corazón, el sol y esa paz que solo la da el mar. Gracias Don Antonio por creer en este pequeño gran proyecto llamado Hotel Bonsol, que durante más de 70 años sigue mirando al mar desde la misma perspectiva, poniendo el corazón y el alma en ello, siguiendo siempre al buen sol, o Bon Sol como se diría en mallorquín.